miércoles, 6 de enero de 2010

Bajo un halo de luz se insinuaba una silueta curvada y sensual. Bajo la sombra del espejo sus piernas parecían alcanzar el cielo y sus pechos agonizaban deseo y tentación.

Unas uñas largas y rojas acariciaban con extremada persuasión los huesos de su pelvis colocándose así los panties de fino tul de seda.

Sentada en aquel diván rosa de grandes marcos dorados, se encendió un cigarrillo. Pensativa, cerraba los ojos y expiraba profundamente aquel humo gris que estaba consumiendo.  Ahora Elvira sentía como el mundo se arrodillaba bajo sus pies, pero no podía evitar recordar los duros momentos que habían marcado su vida, su historia.

 

Siempre la había caracterizado una larga cabellera rubia, casi metálica. Su sonrisa y sus labios, de extremada perfección, entreveían la pequeña separación que existía entre sus paletas, cosa que la hacía aún más especial. 

Cuando caminaba parecía suspenderse en el aire, si no fuera porque siempre se escuchaba el sonido de sus tacones, de carácter fino y agudo.

 

Su sueño hubiera sido ser una gran actriz y bailarina polifacética, de esas que llegan a Hollywood,  y a pesar de vivir en California, no se vio nunca favorecida por la suerte.

Ella tenia un don y eso no se podía negar. Resplandecía con cada movimiento.

El color de sus ojos negros brillantes contrastaba con el dorado platinado de su pelo. No había hombre que pudiera pasarse más de dos segundos mirándola fijamente sin ponerse nervioso, excepto él.

 

Él tenia un fondo misterioso y desconcertante. De aspecto rudo y serio despertaba un atractivo al  que era imposible resistirse.

A las 9:00 horas ella se estaba tomando un café, como siempre, muy cargado. Cuando salió de la cafetería de Grace se topó con él, no bastó más que un cruce de miradas para que los dos sintieran un extraño palpito en su interior. Ella se disculpó, algo avergonzada, y siguió su rumbo. El destello de la luz matinal reflejaba sobre Elvira, su vestido de organza fina y casi transparente dejaba entrever  el enlace entre sus caderas y sus piernas, articuladas y frágiles como los de una muñeca. Ya estaba dirigiéndose hacia su Cadillac del 59 cuando de repente escuchó una voz dulce aunque muy varonil.

 

-Espera! No sé quién eres, y quizás te sientas intimidada con mi atrevimiento, pero me he quedado hipnotizado al mirarte. Me llamo Luke.

 

Quizás fue algo precipitado, pero tan solo unas horas más tarde ya estaban comiendo juntos. Nunca se había sentido tan cómoda y admirada. Cuando ella hablaba, él la observaba interesado y atónito por su voz femenina y adulta.

Faltaron pocos momentos para que sus manos se unieran en una y sus labios se perdieran en un juego de sabores dulces y fogosos.

 

Se vio sola en aquel motel de carretera, le acompañaba un puñado de billetes, la maleta con sus más preciados recuerdos y el dolor ya no físico de sus moratones, sino el del odio que sentía por la persona a la que tanto había amado.

Estaba orgullosa, era una mujer luchadora y se había hecho respetar.  Ahora nada ni nadie conseguiría retar a su fuerza ni a sus sentimientos.

Bajo un halo de luz se insinuaba una silueta curvada y sensual. Bajo la sombra del espejo sus piernas parecían alcanzar el cielo y sus pechos agonizaban deseo y tentación.

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